martes, 27 de enero de 2009

PALABRAS DS BENEDICTO XVI EN LA BASÍLICA DE SAN PABLO EXTRAMUROS


Ciudad del Vaticano. “La conversión de san Pablo nos ofrece el modelo y nos indica el camino para ir hacia la unidad plena. La unidad de hecho requiere una conversión: de la división a la comunión, de la unidad herida a la unidad curada y plena. Esta conversión es un don de Cristo resucitado, como sucedió con san Pablo”. Son las palabras pronunciadas por el Santo Padre Benedicto XVI en la Basílica de San Pablo Extramuros, donde presidió en la tarde del domingo 25 de enero la Celebración de las segundas Vísperas en la solemnidad de la Conversión de San Pablo Apóstol, con las que se concluyó la Semana de la Oración por la Unidad de los Cristianos.
“La conversión implica dos dimensiones – explicó el Santo Padre en la homilía –. En el primer paso se conocen y se reconocen a la luz de Cristo las culpas, y este reconocimiento se convierte en dolor y arrepentimiento, deseo de un nuevo comienzo. En el segundo paso se reconoce que este nuevo camino no puede venir de nosotros mismos. Consiste en dejarse conquistar por Cristo... La conversión exige nuestro sí, mi ‘correr’ no es en última instancia una actividad mía, sino un don, un dejarse formar por Cristo; es muerte y resurrección... Y solo en esta renuncia a nosotros mismos, en esta conformidad con Cristo estamos unidos también entre nosotros, nos convertimos en ‘uno’ en Cristo. Es la comunión con Cristo la que nos da la unidad”.
Comentando el tema escogido para la Semana de Oración de este año – “Estarán unidas en tu mano” (Ez 37, 17) – el Pontífice señalo que en este texto bíblico del profeta Ezequiel “se presenta el gesto simbólico de los dos palos unidos en la mano del profeta, que con este gesto representa la futura acción de Dios”. La primera parte del capítulo 37 contiene la célebre visión de los huesos secos y de la resurrección de Israel, realizada por el Espíritu de Dios. “De ahí deriva un esquema teológico análogo al de la conversión de san Pablo: en primer lugar está el poder de Dios, que con su Espíritu opera la resurrección como una nueva creación. Este Dios, que es el Creador y es capaz de resucitar a los muertos, es también capaz de reconducir a la unidad el pueblo dividido en dos. Pablo – como y más que Ezequiel – se convierte en instrumento elegido de la predicación de la unidad conquistada por Jesús mediante la cruz y la resurrección: la unidad entre los judíos y los paganos, para formar un solo pueblo nuevo. La resurrección de Cristo extiende el perímetro de la unidad: no sólo unidad de las tribus de Israel, sino unidad entre hebreos y paganos; unificación de la humanidad dispersa por el pecado y aún más unidad de todos los creyentes en Cristo”.
La elección de este pasaje del profeta Ezequiel como tema de la Semana de oración 2009 se la debemos a los hermanos de Corea, los cuales “en la división del pueblo hebreo en dos reinos se han visto reflejados como hijos de una única tierra, que las circunstancias políticas han separado, parte al norte y parte al sur. Y esta experiencia humana suya les ha ayudado a comprender mejor el drama de la división entre los cristianos”. El Papa afirmó a continuación: “Dios promete a su pueblo una nueva unidad, que debe ser signo e instrumento de reconciliación y de paz también en el plano histórico, para todas las naciones. La unidad que Dios da a su Iglesia, y por la cual rezamos, es naturalmente la comunión en sentido espiritual, en la fe y en la caridad; pero nosotros sabemos que esta unidad en Cristo es fermento de fraternidad también en el plano social, en las relaciones entre las naciones y para toda la familia humana”.
La oración de estos días, continuó el Papa, se ha hecho también intercesión para las diversas situaciones de conflicto que actualmente afligen a la humanidad: “la fuerza profética de la Palabra de Dios no disminuye y nos repite que la paz es posible, y que nosotros debemos ser instrumentos de reconciliación y de paz. Por eso nuestra oración por la unidad y por la paz pide siempre ser comprobada con gestos de reconciliación entre nosotros los cristianos. Pienso también en Tierra Santa: qué importante es que los fieles que viven allí, como también los peregrinos que allí acuden, ofrezcan a todos el testimonio de que la diversidad de los ritos y de las tradiciones no debería constituir un obstáculo al mutuo respeto y a la caridad fraterna. En la legítima diversidad de las distintas tradiciones debemos buscar la unidad de la fe, en nuestro ‘sí’ fundamental a Cristo y a su única Iglesia. Y así las diferencias no serán un obstáculo que nos separe, sino riqueza en la multiplicidad de las expresiones de la fe común”.
En la conclusión de la homilía el Santo Padre recordó que el 25 de enero de 1959, hace cincuenta años, el beato Papa Juan XXIII manifestó por primera vez, en la Sala Capitular del Monasterio de San Pablo, después de haber celebrado la Misa Solemne en la Basílica, su voluntad de convocar “un Concilio ecuménico para la Iglesia universal”. “De aquella providencial decisión – afirmó el Pontífice –, sugerida a mi venerado predecesor, según su firme convicción, por el Espíritu Santo, derivó también una contribución fundamental al ecumenismo... Los frutos de los diálogos teológicos, con sus convergencias y con la identificación más precisa de las divergencias que aún permanecen, empujan a proseguir valientemente en dos direcciones: en la recepción de cuanto ha sido alcanzado positivamente y un compromiso renovado hacia el futuro”. (S.L.) (Agencia Fides 26/1/2009; líneas 62, palabras 986)