“Para que las Iglesias católicas de reciente fundación, agradecidas al Señor por el don de la fe, estén dispuestas a participar en la misión universal de la iglesia ofreciendo su disponibilidad a predicar el Evangelio en todo el mundo” Comentario a la intención misionera indicada por el Santo Padre para el mes de mayo 2009
Ciudad del vaticano (Agencia Fides) - El Señor Jesús envió a los Apóstoles a predicar el evangelio al mundo entero. Como fruto de la vitalidad de su Palabra y de la potencia de su gracia, el Reino se ha ido extendiendo poco a poco por todo el mundo. El Dios Trinitario ha comenzado a vivir en los corazones de muchos hijos suyos que habitaban en tierras donde nunca se había oído hablar del único Salvador del mundo: Jesucristo.
Gracias al trabajo que muchos misioneros han realizado entregando generosamente su vida, la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, ha ido creciendo y haciéndose presente en muchos lugares del planeta, buscando con celo materno a los hijos que habitaban los cuatro confines de la tierra. Como fruto de esta presencia, se han ido estableciendo nuevas diócesis, jóvenes Iglesias, en cuya vida esta presente el misterio de la Iglesia universal.
El Papa invita a estas jóvenes Iglesias a mostrarse agradecidas por el don de la fe. Ciertamente la fe, es el don más grande que Dios nos hace. Ésta no es solamente la aceptación de un conjunto de verdades intelectuales o de un sistema ético. La fe hace posible entrar en comunión de vida con Dios, vivir su vida divina. S. Juan nos asegura que “creyendo, tendremos vida en su nombre” (cfr. Jn 20, 31). Esta comunión de vida que brota de la fe, se fundamenta en el amor. Creer es conocer el amor personal que Dios tiene por mí. De ahí que la verdadera fe, como amor verdadero que es, no puede quedarse en silencio. El amor, como el bien, es diffusivum sui, exige ser comunicado por su propio ser. Esto fundamenta que una Iglesia que vive la alegría de su fe, una Iglesia joven con la frescura del amor por Jesucristo, necesite ser también misionera, extendiendo a otros el Dios-amor que ha conocido. Hablando de S. Pablo, decía Benedicto XVI: “En el camino de Damasco había experimentado y comprendido que la redención y la misión son obra de Dios y de su amor. El amor a Cristo lo impulsó a recorrer los caminos del Imperio romano como heraldo, apóstol, pregonero y maestro del Evangelio” (Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2008).
El Decreto Ad gentes dice en el número 20, hablando de las Iglesias de reciente fundación: “Para que este celo misional florezca entre los nativos del lugar es muy conveniente que las Iglesias jóvenes participen cuanto antes activamente en la misión universal de la Iglesia, enviando también ellos misioneros que anuncien el Evangelio por toda la tierra, aunque sufran escasez de clero. Porque la comunión con la Iglesia universal se completará de alguna forma cuando también ellas participen activamente del esfuerzo misional para con otros pueblos”.
Todos debemos recordar la parábola de la viuda que echó sólo dos pequeñas monedas en el cepillo del Templo. Ella, nos asegura el Señor, “ha echado más que todos” (cfr. Mc 12, 43). De ahí que sea necesario cultivar un generoso espíritu misionero. Cada Iglesia es responsable del crecimiento de toda la Iglesia universal.
Es cierto que las Iglesias de vieja raigambre en la fe, han contribuido a la extensión del Evangelio con mucha generosidad en el pasado. Quizá sea necesario hoy, sacudirse la comodidad, los complejos y los miedos ante una sociedad secularizada, y renovar también el espíritu evangelizador.
Demos gracias a Dios por la vitalidad y generosa floración de vocaciones en las Iglesias jóvenes. Ellas constituyen un testimonio de la eterna juventud de Dios y de la fuerza del Espíritu Santo.
Pidamos a María, en este mes a ella dedicado, que nos acompañe en la oración. Recogidos con Ella en el cenáculo a la espera de un nuevo Pentecostés en el amor, oremos para que la Iglesia de Cristo, de la que Ella es imagen consumada como Madre-Virgen, siga engendrando hijos “en el Hijo” por la fe y el bautismo. (Agencia Fides 28/4/2009)
Ciudad del vaticano (Agencia Fides) - El Señor Jesús envió a los Apóstoles a predicar el evangelio al mundo entero. Como fruto de la vitalidad de su Palabra y de la potencia de su gracia, el Reino se ha ido extendiendo poco a poco por todo el mundo. El Dios Trinitario ha comenzado a vivir en los corazones de muchos hijos suyos que habitaban en tierras donde nunca se había oído hablar del único Salvador del mundo: Jesucristo.
Gracias al trabajo que muchos misioneros han realizado entregando generosamente su vida, la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, ha ido creciendo y haciéndose presente en muchos lugares del planeta, buscando con celo materno a los hijos que habitaban los cuatro confines de la tierra. Como fruto de esta presencia, se han ido estableciendo nuevas diócesis, jóvenes Iglesias, en cuya vida esta presente el misterio de la Iglesia universal.
El Papa invita a estas jóvenes Iglesias a mostrarse agradecidas por el don de la fe. Ciertamente la fe, es el don más grande que Dios nos hace. Ésta no es solamente la aceptación de un conjunto de verdades intelectuales o de un sistema ético. La fe hace posible entrar en comunión de vida con Dios, vivir su vida divina. S. Juan nos asegura que “creyendo, tendremos vida en su nombre” (cfr. Jn 20, 31). Esta comunión de vida que brota de la fe, se fundamenta en el amor. Creer es conocer el amor personal que Dios tiene por mí. De ahí que la verdadera fe, como amor verdadero que es, no puede quedarse en silencio. El amor, como el bien, es diffusivum sui, exige ser comunicado por su propio ser. Esto fundamenta que una Iglesia que vive la alegría de su fe, una Iglesia joven con la frescura del amor por Jesucristo, necesite ser también misionera, extendiendo a otros el Dios-amor que ha conocido. Hablando de S. Pablo, decía Benedicto XVI: “En el camino de Damasco había experimentado y comprendido que la redención y la misión son obra de Dios y de su amor. El amor a Cristo lo impulsó a recorrer los caminos del Imperio romano como heraldo, apóstol, pregonero y maestro del Evangelio” (Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2008).
El Decreto Ad gentes dice en el número 20, hablando de las Iglesias de reciente fundación: “Para que este celo misional florezca entre los nativos del lugar es muy conveniente que las Iglesias jóvenes participen cuanto antes activamente en la misión universal de la Iglesia, enviando también ellos misioneros que anuncien el Evangelio por toda la tierra, aunque sufran escasez de clero. Porque la comunión con la Iglesia universal se completará de alguna forma cuando también ellas participen activamente del esfuerzo misional para con otros pueblos”.
Todos debemos recordar la parábola de la viuda que echó sólo dos pequeñas monedas en el cepillo del Templo. Ella, nos asegura el Señor, “ha echado más que todos” (cfr. Mc 12, 43). De ahí que sea necesario cultivar un generoso espíritu misionero. Cada Iglesia es responsable del crecimiento de toda la Iglesia universal.
Es cierto que las Iglesias de vieja raigambre en la fe, han contribuido a la extensión del Evangelio con mucha generosidad en el pasado. Quizá sea necesario hoy, sacudirse la comodidad, los complejos y los miedos ante una sociedad secularizada, y renovar también el espíritu evangelizador.
Demos gracias a Dios por la vitalidad y generosa floración de vocaciones en las Iglesias jóvenes. Ellas constituyen un testimonio de la eterna juventud de Dios y de la fuerza del Espíritu Santo.
Pidamos a María, en este mes a ella dedicado, que nos acompañe en la oración. Recogidos con Ella en el cenáculo a la espera de un nuevo Pentecostés en el amor, oremos para que la Iglesia de Cristo, de la que Ella es imagen consumada como Madre-Virgen, siga engendrando hijos “en el Hijo” por la fe y el bautismo. (Agencia Fides 28/4/2009)