Celebramos hoy la solemnidad de los santos apóstoles Pedro y Pablo. Simón, hijo de Juan, pescador del lago de Galilea, elegido por Cristo el primero entre los Doce para ser servidor de todos y confirmar en la fe a sus hermanos; apellidado por Cristo «Pedro» para ser la piedra visible, fundamento de la unidad de la Iglesia; designado por Cristo pastor para apacentar todo el rebaño de Dios.
"Llévame a él". En estas palabras del fogoso Pedro a su hermano Andrés que le habla del Maestro, está sintetizada toda su vida. Pedro no hace como Natanael que duda si de Nazaret puede salir cosa buena, sino que desde el primer momento creyó en Jesús, se fió de él y le amó con toda su alma.
No sabemos cuándo nació Pedro, pero sí sabemos que era de Betsaida, una aldea campesina y marinera al lado del Lago de Genesareth. Allí vivía compartiendo su trabajo con su padre y hermano Andrés. Estaba casado y el Señor, cuando ya forme parte de sus más íntimos, curará a su suegra de una enfermedad.
Quizá heredó de su padre Jonás la rudeza de su carácter y la prontitud de su genio. Lo cierto es que Pedro, como nos lo presenta el Nuevo Testamento, era vehemente y francote, un tanto presumidillo y un poco infantil en sus reacciones.
En el primer encuentro de Pedro con Jesús ya queda al descubierto por una parte la amistad no disimulada del Maestro, y por otra la entrega sin reservas de Pedro a su servicio o compañía. Desde ahora "será pescador de hombres". Pero el momento cumbre de Pedro nos lo recuerda San Mateo en el capítulo 16 cuando dialoga el Maestro con los Apóstoles: ¿"Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre"?... "Pues unos..." "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?". Entonces Pedro tomando la palabra, en nombre de todos sus compañeros, dice: "Tú eres el Hijo de Dios vivo". Y viene la paga de Jesús a aquella bien acertada y valiente definición: "Y yo te digo, tú eres Cefas, Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del Infierno no podrán prevalecer contra ella". Desde este momento Pedro ya ocupa el primer lugar entre los compañeros. En las listas que traen los evangelistas, lo traen el primero, hasta a veces, lo especifican diciendo, "Pedro, el primero".
Pedro, de ahora en adelante, recibirá muestras de especial cariño de parte del Maestro. Esta promesa de Jesucristo de nombrarle "piedra" o ''fundamento'' de la iglesia, se cristalizará después de la Resurrección de Jesús junto al lago de Genesareth., según nos recoge San Juan en el capítulo 21 de su evangelio. La escena no puede ser más hermosa. Tres veces le ha negado en su Pasión. Ha sido cobarde. Ahora el Señor, antes de hacerle entrega del tesoro más bello que nos deja, el Sacramento de salvación que es la Iglesia, quiere estar seguro del arrepentimiento y amor de su Vicario y por tres veces le examina en el amor hacia él. "Pedro ¿me amas?... ¿"Me amas más que estos"? La afirmación es categórica y firme: "Sí, Señor, tú sabes que te amo..."
Aunque le haya negado en la noche más triste de toda la historia, después llorará su pecado y dirá la tradición que hasta se formaron unas cavidades en sus mejillas de tanta lágrima. Correrá en compañía de Juan al sepulcro a ver al Maestro... Y Jesús se le aparecerá y dirá a los demás que den el mensaje a Pedro... Le mandará que camine sobre las aguas del lago...
Desarrolló su actividad apostólica en Jerusalén, en Antioquía de Siria y definitivamente en Roma, como primer obispo de aquella comunidad Incipiente. En Roma fue crucificado el año sesenta y siete, durante la persecución del emperador Nerón. Dio así testimonio de Jesucristo con su palabra y con su sangre. Fue sepultado en la colina Vaticana.
Y Pablo, de Tarso, celoso observante de la ley mosaica, perseguidor de la Iglesia de Dios, convertido a Cristo en el camino de Damasco, ¡el Apóstol de todas las gentes!
San Pablo es un hombre nuevo después de la caída en el camino de Damasco. Y como todos los convertidos, el fuego le quema las entrañas, y se siente forzado a comunicarlo a todo el mundo. "Cuando aquel que me llamó por su gracia, quiso revelar en mí a su Hijo para que lo evangelizase a los gentiles, sin consultar a la sangre ni a la carne", en seguida se puso en movimiento. Nadie podrá pararle. Es un volcán en ebullición permanente.
"Anda, dice el Señor a Ananías, que éste es instrumento escogido por mí para llevar mi nombre a los gentiles". Y Pablo se lanza, lleno de divinas impaciencias, por todos los caminos del imperio. Emprende cuatro viajes apostólicos, arriesgados, difíciles. Recorre ciudades, funda cristiandades, les deja discípulos al frente, les escribe cartas, promete llegar hasta España... Afronta peligros "en tierra, en mar, entre los falsos hermanos".
Pero no importan los peligros para el alma enamorada. "Todo lo soporto por los elegidos. La caridad de Cristo nos interpela. Muy a gusto me gastaré. Hijos míos, otra vez me causáis dolores de parto, hasta formar a Cristo en vosotros. ¿Quién enferma sin que yo enferme?".
San Juan Crisóstomo se lamentaba que muchos no conocían las cartas de San Pablo. Al escuchar su lectura, afirmaba él, "salto de gozo al oír ese maravilloso clarín celestial, y me inflamo en deseos, reconociendo una voz muy amiga para mí, y me parece verle presente ante mis ojos".
En sus diversos pasajes vemos el anhelo incoercible que siente de predicar el Evangelio, de hacerse todo para todos, de preocuparse por todas las Iglesias, de sufrirlo todo, hasta ser anatema por sus hermanos.
"Cuando quiero saber las últimas novedades, leo a San Pablo", dice León Bloy, a propósito de la variedad del mensaje paulino. Pero si quisiéramos destacar lo más peculiar, el eje y punto clave en que se apoya la nueva exigencia de Pablo, sería por encima de todo, su anhelo por Cristo, su obsesión por Cristo, hasta el punto de que pide varias veces a sus discípulos que le imiten a él, sin más, pues sabe que así imitarán a Cristo.
Se podría seleccionar una especie de Código o Decálogo sobre el cristocentrismo de Pablo: 1) Su vida es Cristo. 2) Todo lo centra en el amor de Cristo. 3) Sólo quiere conocer a Cristo. 4) Desea gloriarse en la cruz de Cristo. 5) Su debilidad encuentra la fuerza en la gracia de Cristo. 6) Colabora con la gracia de Cristo. 7) Desea únicamente apoyarse en Cristo. 8) Su afán es estar con Cristo. 9) Se goza en haber sido atrapado por Cristo. 10) Está seguro que nada le separará del amor de Cristo.
El último viaje de Pablo fue el viaje a Roma para ser juzgado. Allí sufrió martirio, junto con Pedro, las dos columnas de la Iglesia, hacia el año 67. Agotado por fin, había rendido viaje el discípulo fiel. Fue sepultado en el lugar llamado Tre Fontane, por las tres fuentes que habrían brotado en el momento del martirio. Sobre aquel lugar se levantaría más tarde la basílica espléndida que lleva todavía su nombre.
Nuestra comunidad de fe y esperanza se funda en el mensaje de Pedro y Pablo, testigos del Señor de la gloria. ¿Alguna vez te precipitas envalentonado? ¿Te descubres a menudo pegando patadas con la lengua? ¿Haces afirmaciones duras que posteriormente lamentas? ¿Eres impetuoso, exuberante y lleno del gozo de vivir? Si es así, te hallas relacionado espiritualmente con San Pedro.
Pedro fue un hombre que nunca creyó en hacer las cosas a medias. Estaba dispuesto a saltar de las barcas, caminar sobre el agua y declarar su amor sin fin por su Señor. También negó a Cristo tres veces, perdió su confianza y casi se ahogó. Todo lo que hizo, fue con todo su corazón y toda su alma. Cometió errores, pero se levantó, se secó y siguió su marcha. Pedro estaba lleno de pasión; pasión por Cristo, pasión por el evangelio, pasión por la vida.
A menudo sorbemos la vida como si fuera una taza tibia de té débil. San Pedro nos dice que en vez de tomar pequeños sorbitos, necesitamos atrapar la vida con ambas manos y engullirla como un vaso helado de agua de manantial en el día más caluroso del verano.
Hay una máxima que resume la filosofía de San Pedro: la vida no es un ensayo general. No podemos aguardar hasta cuando creemos que empieza la noche, para decidir saltar al escenario. Si así lo hacemos, descubriremos que el espectáculo casi ha acabado el telón está presto para caer.
Santoral preparado por la Parroquia de la Sagrada Familia de Vigo